Todos nacemos perfectos, la mayor tragedia es convencernos de lo contrario. Que la tendencia ‘body positive’ resuene en ti cada día.
Perfección, ni un solo defecto. Centímetros y centímetros de piel luminosa en color caramelo, lunares que conozco de memoria, mismos que me recuerdan la individualidad y su milagro. Pestañas que parecen acariciarme con cada respiro enmarcan unos ojos negros que me transportan siempre a un mejor lugar. Olor a nuevo, a todas las posibilidades, olor a sueño. Manos, pies y un ombligo infinito que admiro cada noche para encontrarme —cara a cara— con la existencia y sus respuestas. Así veo a mi hijo y estoy segura que así me veía mi mamá.
Texto por Kira Álvarez
Fotografías de Rodrigo Palma
Me pregunto que pasaría si toda la vida nos viéramos a través de esa mirada de amor incondicional, la cual tiene la capacidad de certificar que la persona entre nuestros brazos es la más extraordinaria de éste, o de cualquier otro universo. ¿En qué momento dejamos de vernos como nos veían nuestras madres para comenzar a dudar de nuestra grandiosidad? ¿En qué momento dejamos de sentirnos princesas para empezar a meter la panza, a censurar nuestras chuecas sonrisas o maquillar las pecas que antes nos parecían besos de estrellas?
Fotos retocadas que mienten, redes sociales que distorsionan con filtros la realidad, películas que vemos y nunca nos encontramos en ellas, productos que nos venden falsas esperanzas en diminutos frascos de cristal. Vivimos en una sociedad con la cual hemos pactado que no se nos note. Que no se nos note la celulitis, los pliegues, las estrías, las arrugas, lo gordo, lo flaco, las canas, la menstruación, los vellos, las hormonas, la edad, la flacidez, la edad, lo cansadas, las inseguridades… y si se puede, que no se nos noten ni los deseos e inconformidades. ¿En verdad queremos eso?
Indudablemente, hay una gran responsabilidad detrás de los medios masivos en términos de representación, inclusión y diversidad; sin embargo, gracias a las redes sociales todos nos hemos convertido en creadores de contenidos y en consumidores de los mismos. La obligación de cambiar los patrones estéticos, en mayor o menor medida, nos atañen a cada uno de nosotros.

Hay que entender que la deconstrucción es un proceso que requiere de tiempo, al igual que tomó años meternos la idea de no ser suficientes, dudar de nosotras fue una larga tarea completada victoriosa por varios frentes ya antes mencionados. Desaprender implica paciencia, información y herramientas. Un buen ejercicio es observar conscientemente todo lo que ha influido en la percepción que tienes sobre tu cuerpo durante un día completo.
Como en cualquier relación afectiva real, el amor propio no es amor a primera vista, sino que se construye continuamente. Te enamoras por las acciones que tienen hacía ti, de los detalles, del respeto y el cariño con que se te habla, se va ganando con cada “me gustas”, con el mensaje de buenas noches y recibir flores porque sí. Dedicamos esfuerzos en crear vínculos amorosos, sanos y honestos con otras personas, pero no con nosotras mismas.
Reconozco que hoy en día existe una cierta presión por unirse a la moda del ‘amor propio’, siendo que ésta es una realidad lejana para muchas y tampoco es naturalmente humano amarnos 24/7. Nadie ama todo el tiempo, todo el día. La práctica hacia el amor propio no es lineal ni ascendente, más bien se ve como una gráfica con bajadas y subidas. No es fallar si un día no te consideras atractiva o te preguntas cómo te verías con centímetros de menos. La insatisfacción y el juzgarnos es precisamente lo que queremos evitar. Si los movimientos en tendencia como el body positive o body neutrality resuenan contigo, adóptalos y saca de ellos lo que te funcione para sentirte mejor sobre ti misma. Que el amor propio se sienta libre, permisivo con nuestra vulnerabilidad, como un aliento para cambiar la narrativa propia y colectiva, que sea orgullo de exhibir nuestra belleza individual; que el amor propio nos ayude a regresar bajo la mirada de nuestras madres y a los años de inocencia cuando nuestra única misión era ser feliz.
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